La Giralda es el símbolo indiscutible de la ciudad hispalense pero la misma atesora otras torres que ofrecen todo un recorrido por su historia
El carácter universal de Sevilla como puerto de enlace con el Nuevo Mundo, su papel en la primera circunnavegación a la Tierra, su presencia en grandes óperas y obras teatrales como Carmen o Don Juan Tenorio o su rol de cuna de figuras como Velázquez, Murillo o Bécquer, confieren a la capital andaluza un peso específico en la historia que se refleja en la proyección de sus monumentos.
La Giralda, insignia incontestable de la ciudad hispalense, ha servido de inspiración a no pocas torres en España y en otros países, contando de hecho con una réplica en Nueva York entre 1890 y 1925 y con otra copia en la exposición universal celebrada en París en el año 1900. A día de hoy, la ciudad estadounidense de Kansas City alberga su propia réplica de la Giralda, aunque de menor altura que la original, como símbolo de su hermanamiento con Sevilla.
«Su presencia en grandes óperas y obras teatrales como Carmen o Don Juan Tenorio o su rol de cuna de figuras como Velázquez, Murillo o Bécquer, confieren a la capital andaluza un peso específico en la historia»
Compuesta por el alminar de la desaparecida mezquita mayor de la antigua Isbiliya almohade, –erigido en el año 1184 con decoración de sebka en sus cuatro caras–, y un cuerpo renacentista de campanas levantado en 1558 y coronado por la estatua de bronce de la que toma su nombre, la Giralda refleja el crisol que constituye Sevilla gracias a las diferentes culturas que han dejado huella en la ciudad.
De 97,5 metros de altura, –101 metros con la estatua del Giraldillo–, la Giralda representa a Sevilla como ningún otro monumento y, no en vano, está declarada como Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco por sus siglas en inglés) junto con la Catedral de la que forma parte.
Toda la información necesaria para la visita a la Catedral hispalense y la Giralda figura en la página web del monumento, ceñido como el resto de enclaves a las vicisitudes de la pandemia y por ende a reducciones de aforo, prevenciones en materia sanitaria y eventuales cierres.
Además de su afamada Giralda, Sevilla cuenta con no pocas torres con personalidad propia, comenzando como no por la Torre del Oro, legado del antiguo recinto defensivo almohade, de planta dodecagonal, 37 metros de altura y rematada por una linterna cilíndrica añadida en 1760, en el marco de su restauración tras el terremoto de 1755.
Esta torre, datada en el año 1220 y otrora conectada con el Alcázar mediante la desaparecida línea de muralla de la que formaba parte, acoge actualmente el Museo Naval hispalense, ofreciendo unas espectaculares vistas de Sevilla y el río Guadalquivir tras haber sido utilizada como capilla, depósito e incluso como prisión.
Muy cerca de la Torre del Oro, pero parcialmente oculta por la trama urbana, se alza la Torre de la Plata, parte también de la muralla defensiva almohade que enlazaba el río con el Alcázar y de planta octogonal, pues el número de lados de las atalayas de dicha muralla aumentaba en progresión aritmética según su proximidad al Guadalquivir.
De la misma forma que la Torre del Oro debe su nombre a las propiedades reflectantes de los materiales que la cubrían, en el caso de la Torre de la Plata su nominación derivaría del encalado que lucía la misma, toda vez que el monumento fue progresivamente rodeado de construcciones desde el siglo XVI, siendo incluso alquilado junto con sus inmuebles adyacentes.
Perteneciente al Ayuntamiento de Sevilla, la Torre de la Plata no está habilitada para las visitas, pero es posible admirarla desde la calle Santander y el estacionamiento en superficie instalado a sus pies.
Las torres de la antigua ISBILIYA
Siguiendo el trazado con el que habría contado la línea defensiva almohade, en la confluencia de la avenida de la Constitución y la calle Santo Tomás, muy cerca ya del Alcázar, el paisaje urbano prácticamente oculta la conocida como torre de Abdelaziz, de planta hexagonal y casi engullida por edificios de la era moderna.
Nominada en honor al emir Abd-el-Aziz ibn Musa al haber residido el mismo en la antigua Isbiliya entre los años 714 y 719, esta torre habría sido levantada en el siglo XII y reedificada en el siglo XIV, constituyendo otro de los referentes con los que imaginar la desaparecida muralla que enlazaba el Alcázar con el río, aunque también en este caso sólo sea posible su contemplación.
Del perímetro defensivo islámico sobreviven otras torres, destacando la conocida como , principal baluarte de la muralla de la Macarena, derivada de la ampliación de las fortificaciones ordenada por el segundo sultán almorávide Ali Yusuf Texufin y mejorada durante el periodo almohade.
«Por su imponente arquitectura y sus dimensiones, se distingue claramente respecto a las restantes torres del tramo de muralla comprendido entre el Arco de la Macarena y la antigua Puerta de Córdoba»
Esta maciza torre, también conocida como torreón de la Tía Tomasa, cuenta con una planta octogonal y por su imponente arquitectura y sus dimensiones, se distingue claramente respecto a las restantes torres del tramo de muralla comprendido entre el Arco de la Macarena y la antigua Puerta de Córdoba, objeto de un proyecto de restauración por parte del Ayuntamiento hispalense que incluye la vieja aspiración de hacer visitable esta atalaya.
También en el sector norte del casco histórico, más en concreto en el entorno de la Alameda de Hércules, despunta tímidamente entre la trama urbana la Torre de Don Fadrique, vestigio de un palacio promovido a partir de 1252 por el citado infante, el mayor de los 15 hijos del Rey Fernando III, quien en 1248 había arrebatado la ciudad al último caído musulmán para la corona de Castilla.
Esta sobria torre de planta cuadrada y matices tanto románicos como góticos es la única construcción que ha sobrevivido en su integridad de dicho palacio medieval, dado que la donación del recinto a la orden de las hermanas clarisas en el año 1289 derivó en su desaparición para la construcción del actual convento de Santa Clara durante los siglos XVI y XVII. Empero, los muros del convento aún conservan algunas yeserías y elementos pictóricos del palacio.
«Los espacios religiosos construidos en la ciudad tras la incorporación de la misma a la corona de Castilla deparan además no pocas torres dignas de admirar.»
Como en el caso de la muralla de la Macarena, sobre la torre de Don Fadrique pesa un proyecto de restauración destinado a permitir que el monumento sea plenamente visitable, como un elemento más del actual espacio cultural Santa Clara, creado en el sector del convento de dominio municipal.
Los espacios religiosos construidos en la ciudad tras la incorporación de la misma a la corona de Castilla deparan además no pocas torres dignas de admirar, como por ejemplo la notable torre de la iglesia gótico mudéjar de Santa Catalina, construida en un lugar que previamente había acogido un templo romano, una iglesia visigótica y quizá una mezquita.
Esta torre, de sillares y ladrillo y planta cuadrada, data del siglo XIV y supone un buen ejemplo del arte mudéjar que enriquece a tantas iglesias de Sevilla, contando también con torres mudéjares parroquias como las de San Marcos, Santa Marina, Omnium Sanctorum o de San Pedro, caso este último en el que la torre cuenta con un cuerpo de campanas agregado posteriormente y un chapitel construido entre 1593 y 1597.
Más allá del centro
Pero las torres históricas de Sevilla no se circunscriben sólo a su casco antiguo. Lejos del perímetro de lo que fueran las murallas de la ciudad, el monasterio de San Jerónimo de Buenavista, construido desde el siglo XV al XVII, presenta una robusta torre de cuerpo gótico, recrecida en el siglo XVI con un tramo vistosamente decorado que acoge las campanas y un chapitel.
Aunque no está permitido el acceso a esta torre, dado que este antiguo monasterio acoge actualmente un centro cívico es posible visitar su claustro y contemplar la misma tanto desde dicho espacio, como desde la galería de su primera planta, tratándose de un enclave con especial encanto por su valor arquitectónico y el romanticismo que evocan los estragos del tiempo en sus rincones.
De vuelta al casco histórico, el conjunto monumental dela antigua iglesia y el noviciado de San Luis de los Franceses, construido entre 1699 y 1731 y joya del arte barroco, alza dos torres octogonales cuya abigarrada decoración de columnas, estatuas y pináculos les confiere gran personalidad. Más allá de sus torres, bien merece la pena conocer este monumento que proyecta todo el esplendor del barroco, aunque como cualquier otro recinto cultural, está ceñido a las restricciones o incluso cierres que puedan derivar de las prevenciones contra la pandemia.
También el desembarco de la industria en Sevilla dejó su huella en materia de torres, destacando la popular Torre de los Perdigones, ubicada en la calle Resolana y vestigio de la desaparecida fundición de Santa Paula, levantada allá por 1885. Propiedad del Ayuntamiento, esta estilizada torre de 45 metros de altura era usada para la fabricación de perdigones mediante la precipitación del plomo en su interior y actualmente acoge una cámara oscura gracias a la cual disfrutar de singulares panorámicas de la ciudad.
De algunas décadas después, más en concreto de 1912, data la muy elegante Torre del Agua, vestigio de la antigua fábrica de la Compañía Catalana de Gas y Electricidad, diseñada por el arquitecto regionalista Aníbal González, famoso por la autoría de la Plaza de España, y actual centro cívico del barrio de El Porvenir.
La arquitectura del 29
La era moderna ha poblado el paisaje urbano de Sevilla de otras torres emblemáticas, como por ejemplo las que cierran las alas de la monumental Plaza de España, icono de la exposición iberoamericana celebrada en 1929 y de la arquitectura regionalista. Estas torres, de más de 74 metros de altura y reminiscencias barrocas en su ornamentación, fueron objeto de controversia en aquella época al rechazar la Academia de Bellas Artes la edificación de torres que rivalizasen en altura con la Giralda, polémica que se repetiría en el siglo XXI con la actual Torre Sevilla.
Otra torre legado de la exposición iberoamericana de 1929 es la de estilo neobarroco que corona el que fuera Pabellón de la Marina, actual sede de la Comandancia Naval de Sevilla, caracterizada por su reloj y sus balaustradas a modo de atalaya vigía.
Muy cerca de ella, y también fruto de aquella muestra, el antiguo pabellón de Marruecos, hoy sede del servicio municipal de Parques y Jardines, alza una vistosa torre semejante a un alminar y el edificio merece una visita en las horas de oficina en las que abre al público, por la arquitectura y artesanía marroquí que atesora.
En ese mismo entorno salpicado herencias del hito de 1929 despunta en el paisaje la torre del antiguo pabellón de Argentina, de estilo neobarroco y obra del arquitecto Martín San Noel, conocido no sólo por su trayectoria en dicha disciplina sino además por su papel en la historiografía del arte hispanoamericano y como intelectual, siendo reconocido en 1930 como hijo adoptivo de Sevilla. El edificio, considerado una de las obras cumbre de la representación internacional en la exposición iberoamericana, incorpora elementos propios del estilo arquitectónico colonial y actualmente acoge el Conservatorio Profesional de Danza Antonio Ruiz Soler.
Ya en otro sector urbano de Sevilla, pero también fruto de la década de los años 20 del pasado siglo, la torre del parque central de bomberos, construido entre 1920 y 1921 según el diseño del arquitecto regionalista Juan Talavera y Heredia, domina el entorno de San Bernardo como buena muestra del regionalismo historicista.
También de aquella época sobrevive la torre popularmente conocida como del “cambio de agujas”, construida en torno a 1928 como una de varias infraestructuras o casetas de regulación del tráfico ferroviario de la antigua estación de trenes de Plaza de Armas. Con motivo de la reforma integral de la calle Torneo en los años previos a la exposición universal de1992 y el desmantelamiento de su trazado ferroviario, de tales instalaciones sólo fue conservada esta torre de ladrillo visto, razón por la cual también es conocida como la “caseta única”. Actualmente, acoge las dependencias de la emisora comunitaria Radiópolis.
Otra torre derivada de la vertiente industrial de Sevilla es la poco conocida torre de los antiguos astilleros, enclavada entre las naves de la Carretera de la Esclusa. De arquitectura austera y ladrillo visto, data de los años 50 y cuenta con relojes en cada una de las caras del cuerpo retranqueado que la corona.
La Sevilla del 92
La anterior mención a la exposición universal de 1992 lleva obligatoriamente a poner los ojos en las torres legado de aquel punto de inflexión en la historia moderna de Sevilla, como son las torres Banesto y de Schindler.
La primera de ellas, enclavada en los Jardines del Guadalquivir, alcanza una altura total de 92 metros incluyendo su aguja y fue uno de los más populares atractivos de la muestra gracias a las panorámicas que ofrecía su cabina circular. Lamentablemente abandonada, su recuperación constituye una de las asignaturas pendientes de Sevilla respecto a la herencia del 92.
Mejor suerte ha corrido la torre Schlinder, localizada junto al antiguo Pabellón de la Navegación y de 65 metros de altura, cuyo mirador sigue ofreciendo unas espectaculares vistas del Guadalquivir y del casco histórico de Sevilla. A la fecha de escribir estas líneas esta torre seguía pendiente de su reapertura a cuenta de las prevenciones frente a la pandemia, pues como se ha señalado, cualquier visita cultural está actualmente sujeta a los rigores de la lucha contra el virus.
Este rascacielos, cuya altura supera los 180 metros protagonizando la visual de Sevilla, es el séptimo edificio más alto de España y su terraza mirador ofrece la posibilidad de contemplar el casco urbano, la vega del cauce vivo del Guadalquivir o las colinas del Aljarafe, de una manera inimaginable hasta su incorporación como nuevo techo de la ciudad e icono de su evolución.