La Cochinchina existe. Y sí, está los suficientemente lejos (al menos de España, de 14 a 16 horas en avión)
para ser el destino ideal en el que perderse
(o donde le gustaría que se perdieran aquellos a quienes se tiene en mente al mandar a ella)
La antigua región de la Indochina francesa se sitúa en la zona meridional del actual Vietnam, con Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón) como capital (luego lo fue de Vietnam del Sur) y el delta del Mekong (el largo río del sureste asiático que atraviesa seis países). Uno de los múltiples paisajes vietnamitas en los que merece la pena perderse en pequeñas barcas o carromatos locales a base de motos con remolques para sentirse en una película de Rambo en las que tras la aparente calma se cierne la amenaza de los cocodrilos o soldados camuflados. Pura ficción, porque si algo se respira en esta zona es tranquilidad real. La de unos habitantes que pueblan sus fértiles tierras donde las palmeras de aguas crecen por todas partes y conforman un paisaje selvático salpicado de casas rurales, minicementerios familiares, caminos de tierra abiertos entre la vegetación y puentes con troncos, piedras o ladillos para salvar los riachuelos hechos por los locales para poder moverse.
Al otro lado del delta está la moderna Saigón (perdón, Ciudad Ho Chi Minh desde 1975 en honor al omnipresente líder revolucionario de la independencia de Vietnam del Norte de Francia y posterior dirigente comunista por la unificación del país en la conocida guerra contra Vietnam del Sur apoyado por EEUU). Parece mentira que, separados por el río, convivan los rascacielos y lujosos centros comerciales de la metrópolis con esta población rural diseminada que tiene en el coco o la pesca su principal media de vida.
Y es que Vietnam es un país de contrastes como el existente entre sus dos principales ciudades
Hanoi
La caótica Hanoi, capital política, conserva el estilo oriental tanto en la forma de sus comercios y locales (donde se mezclan las mercancías desordenadas como en los bazares chinos importados a nuestras ciudades) como en las costumbres de sus habitantes de comer sopas y mariscos hechos y servidos en las aceras (intransitables entre las motos aparcadas en ellas y las mesas y taburetes de los comensales).
La contrapartida es que sean de las ciudades más contaminadas del mundo, por lo que las mascarillas son un complemento indispensable de los motoristas y viandantes vietnamitas, que también acostumbran a cubrirse con mangas largas, pese al calor tropical. Junto a la contaminación, los rayos ultravioletas del sol son sus grandes enemigos.
La ajetreada historia de un país pequeño rodeado de grandes gigantes que se lo han disputado y repartido violentamente durante siglos no ha dejado que perdure restos vistosos del patrimonio que su día erigieran en él japoneses, chinos y franceses, más allá de algunas pagodas o templos budistas poco más que curiosos y auténticos pastiches como la Catedral católica de Notre Dame en Ho Chi Minh (nada que ver con el esplendor de la original).
Hoi An
Sólo en la ciudad Hoi An, en el centro del país, se ha hecho un esfuerzo por conservar el casco histórico de lo que era una antigua ciudad portuaria en pleno eje de la ruta de la de las especias, con antiguas casas de ricas familias de comerciantes chinos conservadas con sus muebles de caoba decorados con incrustaciones de nácar y porcelanas chinas. Merece un paseo para hacerse una idea de ese pasado pero no deja de ser una especie de decorado para turistas pues apenas vive gente en la zona centro cuando cierran restaurantes y tiendas.
Así, más allá de las ciudades, la verdadera riqueza de Vietnam está en sus paisajes. El norte, alrededor de Sapa, es todo color. No solo por los vivos verdes de las fértiles terrazas de arrozales, sino por el colorido de los bordados de las ropas y pañuelos que lucen las mujeres de las más de medio centenar de etnias que pueblan la zona. Y que en su mayoría dominan el negocio de las excursiones y trekking, pues son las que hacen de guías y en muchos casos regentan las casas locales (“homestay”) que están proliferando para alojar a los viajeros en una apuesta porque sea la población local la que explote turísticamente la zona.
Bahía de Ha Long
Y sin duda el paisaje más reconocido de Vietnam es la fotografiada Bahía de Ha Long, con sus más de 2.000 islotes que emergen del agua como si alguien los hubiera colocado allí uno a uno. En realidad, hace millones de años, eran colinas pero tras la última glaciación el nivel del mar se elevó inundando la zona y dejando sólo visible estas rocas que con la erosión adoptan caprichosas formas y contienen grutas y cuevas que merece la pena recorrer en kayak o pequeños botes de bambú, ya que por ellas no entran los barcos de crucero que recorren la Bahía (y que ofrecen rutas de ida y vuelta pero también la posibilidad de pasar una o dos noches a bordo en medio de este paraje declarado Patrimonio de la Humanidad y una de las siete maravillas del mundo moderno).
Un aviso, la humedad condensada es tal que la sensación térmica es casi de sauna y sea cual sea la época del año, será difícil que vea el cielo azul resplandeciente que aparece en las fotos de los folletos y anuncios de las agencias que organizan excursiones. Más bien la luz se asoma a través de un cielo encapotado y una nebulosa que va bajando conforme anoche hasta envolver los islotes en una fantasmagórica oscuridad que hace volar la imaginación.