En el Pirineo navarro se encuentra el segundo mayor hayedo-abetal de Europa tras la Selva negra alemana, Irati, un bosque del que se puede disfrutar en cualquier época del año pero que resulta especialmente recomendable en otoño por cuanto supone adentrarse en la paleta completa de colores que la naturaleza ofrece en esta estación del año.
Ocupa 17.000 hectáreas en la cabecera de los valles de Aezkoa y Salazar, rodeada de montañas (el pico de Ori, de más de 2.000 metros de altura marca la frontera con Francia) y recorrida por arroyos y torrentes, gracias al alto índice de lluvias de la zona, que confluyen para formar el río que da nombre al enclave y a la comarca de municipios. Hay varias “puertas” de acceso, bien por el valle de Aezcoa a través de Orbaizeta, a 59 kilómetros de Pamplona (en temporada alta hay otro punto de información en Arrazola) o bien por el valle de Salazar llegando a Ochagavía (a 85 kilómetros de Pamplona), donde se encuentra el centro de interpretación.
«la reducción de las temperaturas y horas de luz provocan una bajada de la clorofila en la vegetación»
Hasta aquí la información práctica, mucho más fácil de transmitir que las sensaciones que producen pasear por un manto de mullidas hojas ocres caídas que en otoño sepultan por completo la tierra y el asfalto de los senderos, apreciar las múltiples tonalidades que van del verde al amarillo en apenas una docena de árboles y arbustos juntos o incluso descubrir en un mismo abeto ramas de hojas verdes, amarillas y rojizas. La Selva de Irati en esta época del año ofrece la posibilidad de asistir en vivo y en directo al espectáculo de la naturaleza en el que la reducción de las temperaturas y horas de luz provocan una bajada de la clorofila en la vegetación que reduce la pigmentación verde y hace visibles los otros pigmentos que siempre han estado ahí pero que quedaban ocultos por el verde de la clorofila.
Como el proceso no se produce de manera matemáticamente simultánea en todas las especies, es posible ver en apenas unos metros ejemplares en distintas fases que en conjunto ofrecen un auténtico cuadro del otoño. Y es que las hayas y abetos conviven con tilos, avellanos, olmos, sauces, arces, boj, enebro, helechos, líquenes, musgos, patxarán y robles. Con suerte, se podrá ver algún ejemplar también de la fauna que habita en este bosque (no es fácil, sobre todo si nos mantenemos cerca de los senderos señalizados) que incluye en tierra corzos, jabalíes, martas, zorros y ciervos (que en esta época del año protagonizan además el espectáculo de la berrea) y en el cielo pinzones, petirrojos, carboneros, pitonegro, pico dorsiblanco, trepadores o quebrantahuesos (esos sí sobrevuelan todo el área ajenos a la mayor o menor presencia humana, basta con agudizar la vista).
El entorno cuenta con multitud de senderos para recorrer a pie o en bici que ofrecen infinidad de rincones en los que perderse y vistas. Una de las posibilidades es hacer un recorrido bordeando el embalse de Irabia, construido en 1922 para producir electricidad y regular el caudal del río Irati (desde entonces ha sufrido diferentes ampliaciones). Se llega directamente desde el acceso por Orbaizeta, ocupa una posición central dentro del espacio y permite hacer una ruta circular, de 9,21 kilómetros y nivel sencillo, que llega hasta el borde de la frontera francesa y permite hacerse una idea de la geografía del lugar.
Una curiosa experiencia dentro de la Selva de Irati la ofrece la posibilidad de visitar las ruinas de la Real Fábrica de Armas y Municiones de Orbaizeta, erigida en el siglo XVIII y que funcionó hasta el siglo XIX abasteciendo al ejército en un lugar estratégico, ya que se sitúa a apenas 5 kilómetros de la frontera con Francia. Aunque hay un proyecto de restauración, actualmente está abandonada pero es posible colarse para recorrer un interior del que sobreviven muros y techos abovedados en algunas zonas asaltados por la maleza y la vegetación en una curiosa combinación de arquitectura industrial y naturaleza. La fábrica llegó a ser la principal industria militar del norte de España mandada construir por Carlos III para abastecer al ejército, aprovechando la cercanía de yacimientos de hierro y la abundancia de agua y madera, y en torno a ella se erigió un poblado para acoger a sus 150 trabajadores y familias junto a los vigilantes del que se conserva la iglesia y viviendas y almacenes reconvertidos algunos en alojamientos turísticos o centros de información.