Sabemos de su audacia, su ambición, su talento militar, su codicia. También de lo despiadado de sus métodos por los libros de historia y hasta por la aclamada serie Carlos V, Rey Emperador. Pero quizás no conozcas que Hernán Cortés, el extremeño que conquistó México en el siglo XVI, tuvo su último refugio en Castilleja de la Cuesta (Sevilla). Allí murió en 1547 a los 62 años sin llegar a embarcar hacia América, como deseaba, para morir en sus posesiones mexicanas.
Fue en el conocido como Casa-Palacio de Hernán Cortés, que actualmente es el colegio de las Irlandesas y que puede visitarse previa cita. Es todavía el edificio más ilustre de este municipio del Aljarafe sevillano, aunque ha sufrido muchas remodelaciones que lo alejan de su aspecto original. En la puerta que da paso a sus antiguos aposentos podemos leer una placa que reza «Aquí murió el gran conquistador de Méjico en 1547». Ya dentro, merece la pena asomarse al jardín y buscar una curiosa lápida de pizarra con una misteriosa inscripción: «Cordobés». ¿Un amigo, tal vez? Algo así. Es un homenaje al caballo que le salvó la vida en la conocida como ‘Noche Triste’, un famoso episodio de sus batallas americanas. Cortés se lo trajo cuando vino de México y aquí pasó sus últimos días.
En realidad el Palacio de Castilleja no era de Cortés, sino de su amigo el jurado Rodríguez, concejal por entonces del Ayuntamiento de Sevilla. Sintiéndose ya enfermo (entre otras cosas de disentería, una enfermedad muy común en la época), Cortés dejó la casa de Sevilla donde se alojaba. Se desplazó a Castilleja, sin dejar en ningún momento de intentar restaurar su posición. Hernán Cortés era un hombre muy rico. Pero no había conseguido su ambición de recuperar el gobierno de la Nueva España, del que fue desposeído por el Emperador por sus abusos de poder. Carlos V, que primero lo desterró de México, lo perdonó posteriormente otorgándole el título de Marqués del Valle de Oaxaca, algo con lo que no se conformó.
En Castilleja de la Cuesta redactó su último testamento: quería ser enterrado en tierras mexicanas. Cosa que finalmente ocurrió (no sin múltiples avatares: su cuerpo viajó casi tanto muerto como vivo, pues fue trasladado a distintas sepulturas a lo largo de los siglos antes de encontrar su destino definitivo. Pero esa es otra historia…).
El Palacio de Hernán Cortés, de estilo neomudejar y aire de fortaleza por sus recios muros y almenas, pasó después a manos de los Duques de Montpensier en el siglo XIX, que lo reformaron y embellecieron para convertirlo en su residencia de verano. La casa fue más tarde parte de la dote de la desventurada María de las Mercedes en su boda con Alfonso XII, lo que hizo que finalmente pasara a ser propiedad de la Corona Española. Tras muchos años de abandono, fueron las religiosas del Instituto de la Bienaventurada Virgen María, venidas de Gibraltar (todas de origen irlandés, de ahí el nombre) quienes ocuparon el inmueble, que hoy es un centro escolar concertado.