París acoge estos días la XXXIII edición de los Juegos Olímpicos (JJOO) de la era moderna. Aquellos que instauró el barón francés Pierre de Coubertin en 1896 con la intención de recuperar el espíritu de concordia entre los pueblos, sana competición y la tregua de paz que cada cuatro años se instauraba en el mundo clásico con motivo de la celebración en el monte sagrado Altis, en el Peloponeso, de una festividad mitad religiosa mitad deportiva en honor a Zeus, el Dios de los dioses. Su celebración en Olimpia está documentada desde el 776 a.C hasta su prohibición en el 393 d.C (293 Olimpiadas) pero la mitología griega abunda en referencias a pruebas de lucha, carreras de carros y a pie entre dioses, héroes, gigantes, centauros o minotauros. Por no hablar de las representaciones artísticas de aurigas, atletas y acrobacias de las culturas prehelénicas minoica y micénica. Y aunque los de Olimpia eran los más famosos, otros grandes centros religiosos como Delfos también albergaron citas similares.
Más de 10.800 atletas (hombres y mujeres) de 204 países compiten en 46 disciplinas este 2024 d.C. en París. Cuando en el 776 a.C. el rey de la ciudad de Elis, Ífito, decidió instaurar esta celebración en honor de Zeus -tras consultarlo con el Oráculo de Delfos-, solo compitieron hombres locales y había 6 pruebas: lanzamiento de jabalina, disco, salto, lucha y carrera -que conformaban el pentatlón y se celebraban en el estadio-, y las carreras de carros, que tenían lugar en el hipódromo.
El lugar elegido fue el monte sagrado Altis, entre los ríos Cladeo y Alfeo, donde existía ya anteriormente un santuario en el que se rendía culto a Zeus, probablemente con juegos deportivos desde época micénica. Pero es a partir de la restauración de Ífito cuando está documentada su celebración periódica cada cuatro años en la primera luna llena después del solsticio de verano, el octavo mes del calendario solar (actual julio-agosto). La cita de este año se ha retrasado 5 días.
Hasta el 684 a.C solo duraban un día. Poco a poco se fueron alargando hasta 5 jornadas, conforme se incorporaban nuevas pruebas ya que de las 6 iniciales llegó a haber 18 (ahora también ocurre, en París se incorpora por primera vez el break dance). Y progresivamente se fue admitiendo la participación de hombres de diferentes ciudades-estado, convirtiéndose en juegos panhelénicos. En el s. III d.C el emperador romano Caracalla abrió la participación a atletas súbditos de todo el Imperio romano. Las que nunca pudieron competir fueron las mujeres. Tenían prohibido participar, salvo como propietarias de los carros en las carreras hípicas, e incluso asistir, a excepción de las sacerdotisas. Los atletas no siempre compitieron desnudos. Es algo que se instauró tras el intento de una mujer de saltarse la prohibición.
Con los romanos, se fue reduciendo el carácter religioso de los Juegos y potenciando la competición deportiva. No obstante, cada cuatro años, Olimpia se convertía en el centro del mundo clásico al que acudían ciudadanos de diferentes lugares y en torno a los JJOO se celebraban mercados, se cerraban tratos y se hacían negocios. Como ocurre hoy, era una gran evento político y económico que tuvo su mayor apogeo durante el s.V a.C.
La Villa Olímpica: baños, gimnasio y alojamientos
Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz la Villa Olímpica de la antigüedad, donde no faltaban espacios para recibir a los atletas e inscribirse en las pruebas; gimnasios para su entrenamiento; vestuarios para desnudarse y untarse con aceite y arena antes de salir al estadio; cuadras para los caballos y mulas que competían en las carreras de carros; y un albergue (llamado Leonideum por su constructor, Leonides de Naxos, en 330 a.C.) donde se hospedaban los jueces, sacerdotes, autoridades y ciudadanos de alto rango (aunque algunos como el emperador romano Nerón, que compitió y ganó, se hizo construir una villa). El público general acampaba en los alrededores.
Prueba del origen religioso de los juegos es que el centro del complejo es el templo de Zeus, en cuyo altar asistentes y atletas realizaban sus ofrendas: figuritas de bronce, sobre todo caballos y toros, calderos de tres patas y armas, cascos o escudos principalmente, como puede apreciarse en el Museo de Olimpia, donde se muestran aquellas rescatadas en las excavaciones que no sucumbieron a las cenizas del altar ni a la posterior fundición para reutilizar el metal.
La colosal estatua de Zeus esculpida por Fidias en oro y márfil, con el Dios sentado en su trono con su rayo en una mano y en la otra una pequeña imagen de Atenea Nike, presidía el interior del templo. Era una de las 7 maravillas del mundo antiguo descritas por los historiadores griegos como Herodoto, desaparecida en el 475 d.C en un incendio en Constantinopla a donde fue trasladada tras prohibirse los Juegos. Medía 12 metros de altura y frente a los restos del templo en Olimpia se conservan los cimientos del taller de Fidias, donde reprodujo las dimensiones de la sala central del templo para esculpirla. El Museo de Olimpia dedica una sala a mostrar los moldes, utensilios y pruebas del gran escultor hallados en los excavaciones del taller, sobre el que se edificó una iglesia bizantina cuyos muros se aprecian hoy.
Sí se conserva otra estatua colosal de mármol dedicada a Atenea Nike que coronaba una peculiar columna triangular junto al templo de Zeus. La columna, de 8,8 metros de altura, se erige in situ mientras que la escultura, de más de dos metros y de la que no se ha conservado ni el rostro ni las alas, se muestra en el museo en una sala específicamente diseñada para tratar de reflejar la iconografía de esta diosa que inspiró el logo de la famosa marca deportiva. Se trata de una de las principales muestras del arte griego antiguo y gracias a la inscripción del pedestal sabemos que es obra del escultor Peonio de Mende y que fue una ofrenda de los pueblos mesenios y naupactios a Zeus por su victoria frente a los lacedemonios en la guerra de Arquidamo, hecho ocurrido en el 421 a.C. La inscripción también detalla que fue sufragada con el diezmo, la décima parte del botín de guerra que se dedicaba a los santuarios.
El otro gran templo del complejo olímpico era el Hereun, dedicado a Hera, la esposa la Zeus, en cuyo honor se instauraron también otros Juegos, los Herea, que se celebraran en las mismas instalaciones. En su altar se enciende cada cuatro años la antorcha olímpica que recorre la distancia entre Olimpia y la ciudad que alberga los Juegos y que se van pasando atletas de todo el mundo hasta que en la ceremonia de inauguración entra en el estadio principal de la sede. Este año se encendió en abril, con un espejo orientado al sol y varias artistas y famosas vestidas a la manera clásica. Este ritual no se celebra desde el principio de los JJOO de la era moderna. La tradición se instauró en los de Berlín de 1936 para simbolizar con la llama olímpica la paz entre los pueblos. Lamentablemente el símbolo no surtió efecto. Solo cuatro años después estalló la II Guerra Mundial.
El primer estadio olímpico
La joya de la corona para los visitantes del yacimiento arqueológico es sin duda el imponente estadio, que en realidad es una explanada ovalada rodeada de colinas que hacían las veces de tribunas, ya que no había asientos salvo una exedra de piedra para los jueces (helanódicas) que se aprecia en la ladera derecha y otro para la sacerdotisa, que se sentaba a la izquierda, donde hoy puede verse un altar de época romana en honor a la diosa Deméter Camine. También se conserva la entrada por la que accedían los atletas y jueces (el público lo hacía directamente por las colinas) y los mojones que marcaban la salida y llegada.
El estadio que hoy vemos es el tercero que se erigió en torno al siglo IV a.C. desplazado del monte Altis, reflejo del carácter más deportivo que religioso que fueron adquiriendo los JJOO. Los dos anteriores estaban dentro pero el auge de los Juegos hizo necesario ir ampliando las instalaciones y su traslado a esta zona. El actual excavado tiene capacidad para más de 40.000 espectadores. Mide 212,54 metros de largo y 28,50 de ancho, si bien la distancia entre la salida y la meta era de 192,27 metros. Las carreras eran de un estadio (similar a la prueba actual de los 200 metros lisos), dos estadios (los actuales 400 metros) y las carreras más largas con distancias similares a las pruebas actuales de los 1.500 y 3.000 metros. Alrededor de la pista se han encontrado conductos de agua y restos de fuentes en los taludes que garantizaban el suministro a público, jueces y atletas en la calurosa Grecia del solsticio de verano. Las excavaciones también han revelado un gran Ninfeo ricamente decorado fuera del estadio.
Las mujeres solo podían ganar las carreras de carros
Por debajo del estadio se sitúa el hipódromo, donde se celebraban las carreras de carros, también con varias modalidades según el número de caballos de éstos guiados por los aurigas. Famosa es la estatua de bronce del auriga de Delfos que se exhibe en el museo de aquel santuario coronado con la cinta púrpura de los vencedores, ya que la corona de laurel -en Olimpia era de olivo silvestre- se reservaba en estos casos para los propietarios de los carros, la única categoría que las mujeres podían aspirar a ganar.
Las carreras de carros son una de las pruebas deportivas más reproducidas en el arte griego y, según la mitología, origen de la celebración de los JJOO. La victoria del mítico héroe Pélope, que da nombra a la región del Peloponeso, al rey de Pisa Enómao -que gracias a sus caballos alados vencía a todos los pretendientes de su hija Hipodamia para evitar que se cumpliera el oráculo que vaticino que sería asesinado por el marido de ésta- aparece relatada en uno de los frontones del templo de Zeus (el otro representa la Gigantomaquia). Según el mito, Pélope ganó tras sobornar al auriga de Enómao para que cambiara las clavijas metálicas de las ruedas de su carro por otras de cera que se fundieron, rompiendo el carro. Tras la muerte del rey, Pélope e Hipodamia se casaron. Él fundo los Juegos Olímpicos y ella los Herea. En Olimpia se denomina la tumba de Pélope a un fosa excavada.
Con todo, en yacimientos arqueológicos micénicos se han hallado también representaciones de pruebas deportivas como las acrobacias sobre todos (taurocataptes) y en el Palacio minoico de Knossos en Creta varios mosaicos representan a atletas (el llamado príncipe de los lirios es, según algunos investigadores, un atleta laureado) además de que el mito del Minotauro alude a la lucha de Teseo contra éste.
El resto de edificios que se aprecian en Olimpia son stoas y tesoros, edificios erigidos por distintos pueblos para albergar estatuas a modo de ofrendas. También el imponente Filipeum, erigido por el gran Filipo II, padre de Alejandro Magno, como monumento igualmente dedicado a Zeus pero suficientemente presuntuoso como para ser el único edificio no religioso levantado en los límites del monte sagrado, justo delante (desde la vía sagrada) del templo de Hera.
La vergüenza de los tramposos
En el camino que conduce del altar de Hera a la entrada del estadio se aprecian múltiples pedestales sobre los que en su día se erigieron estatuas pagadas con las multas de los atletas que infringían las reglas (Zanes), cuyos nombres quedaban registrados para la eternidad y vergüenza de su ciudad. Tan honroso era tener un vecino olimpionica (eran recibidos como héroes a su regreso) como deshonroso tener un tramposo, cuyos nombres y faltas han trascendido hasta la actualidad gracias a las inscripciones halladas en las excavaciones. Resulta curiosa esta férrea disciplina contra el fraude deportivo (no sabemos si existía el doping) teniendo en cuenta que el mítico héroe Pélope no dejó de ganar haciendo trampas.
El espíritu deportivo de los Juegos de Olimpia se basaba en el honor. No en vano la competición se celebrara en honor a los dioses y a ellos se dedicaba la victoria. Los atletas hacían grandes sacrificios, también económicos, por participar pese a que su premio era una simple corona de olivo (kátinos), un árbol que aún hoy crece silvestre entre las ruinas Olimpia y domina en toda Grecia.
Pierre de Coubertín y el espíritu olímpico
Ese espíritu, con tintes laicos, es el que quiso recuperar Pierre de Coubertin cuando en 1896 instauró los Juegos Olímpicos de la era moderna, para los que se construyó en mármol el antiguo estadio de atletismo Panathinaikó en la capital de la Grecia independizada a principios de siglo del Imperio otomano. Desde entonces Atenas solo ha albergado otros JJOO ya en el siglo XXI, los de 2004 (la edición del centenario, de 1996, se celebró en Atlanta).
En estos 128 años, solo las dos Guerras Mundiales suspendieron la celebración de los Juegos de 1916 y 1940 y no siempre han sido un ejemplo de paz y armonía entre los pueblos (el atentado terrorista en los de Munich de 1972 ha sido hasta el momento el suceso más grave). El sueño de Pierre de Coubertin sigue vigente y su corazón, según su deseo, reposa en el bosquecillo de la Academia Olímpica del pueblo actual de su querida Olimpia.
En el monte Altios que albergó los más importantes juegos deportivos de la antigüedad, los vestigios de aquellas 293 Olimpiadas sufrieron incendios y destrucción por parte del Imperio bizantino, dos grandes terremotos (en 522 y 551 d.C.) que tumbaron las altas columnas del templo de Zeus y siglos de abandono que sepultaron los restos bajo tierras que poco a poco fueron cultivadas por los habitantes de la zona. Hasta el s. XIX no se excavó la zona y aunque hoy es uno de las visitas obligadas en Grecia, lo cierto es que su explosión turística no llegó hasta finales del s. XX.