Los ciclópeos monumentos y las figuras históricas de la cultura de los faraones resisten a los milenios y siguen seduciendo a viajeros y turistas
La fugacidad, lo efímero, es en gran medida una de las principales marcas de la sociedad actual. Ya lo ya planteaba el prestigioso filósofo polaco Zygmunt Bauman en su conocida teoría de la Modernidad Líquida, que disecciona el devenir de las relaciones económicas y sociales de este mundo caracterizado por la globalización y las nuevas tecnologías de la comunicación.
La volatilidad de las nuevas realidades, concatenadas una tras otra en este escenario siempre cambiante y en transición, limita en buena medida las posibilidades de que las mismas dejen huella perenne en el imaginario colectivo.
Frente a ello, determinados iconos y símbolos conservan su plaza fija en la memoria de la humanidad, generación tras generación, con perpetua presencia en expresiones culturales como la literatura, el cine o la música.
Así sucede con el Antiguo Egipto. Sus principales monumentos y figuras históricas siguen en el podio del universo cognitivo común. Y es que sus pirámides, la enigmática Gran Esfinge o dioses como Horus o Anubis están grabados en el recuerdo colectivo, junto con gobernantes como Tutankamón o la celebérrima Cleopatra VII, porque antes de la mítica faraona tantas veces retratada en los libros y el cine, el país del Nilo contó con otras reinas con ese mismo nombre.
La fascinación por esta milenaria civilización se ve además alimentada por los frecuentes hallazgos arqueológicos. Es el caso de los cientos de sarcófagos, ataúdes de madera y estatuas de bronce localizados desde 2018 en la gran necrópolis de Saqqara, a unos 30 kilómetros al sur de la gigantesca megalópolis que hoy constituye El Cairo.
La fecha del 4 de noviembre de 2022, por cierto, marca el centenario del descubrimiento de la tumba del emblemático faraón Tutankamón a manos del arqueólogo británico Howard Carter. Una efeméride precedida de reportajes y documentales sobre el hallazgo, poniendo una vez más el foco en la cultura del Antiguo Egipto.
UNA CRONOLOGÍA INABARCABLE
El inagotable interés que generación tras generación ha despertado el Egipto de los faraones tiene indiscutibles motivos de peso. No en vano, se trata de una de las civilizaciones más antiguas, con una historia escrita (en jeroglíficos) que se remontaría al periodo comprendido entre los años 3.400 y 3.200 antes de la era común (AEC). Si bien ya antes, en la denominada como fase predinástica, se practicaban la momificación y la construcción de grandes tumbas de piedra.
Los orígenes del Antiguo Egipto, así, se hunden en la noche de los tiempos. Según la ciencia moderna, ya en torno al año 6.000 previo a la era actual las orillas del Nilo estaban pobladas por comunidades como tal, que vivían de la agricultura organizada y comenzaban a desarrollarse en el plano artesanal.
Además, su legado arquitectónico es tan prolijo como apabullante, comenzando como no por las imponentes y majestuosas pirámides de la meseta de Guiza, construidas a escasos kilómetros de la actual ciudad de El Cairo por orden de los faraones Keops, su hijo Kefrén y Micerinos, descendiente del anterior, cuyos reinados habrían transcurrido durante el siglo XXVI AEC.
La grandiosidad y solemnidad que transmiten estos ciclópeos monumentos sólo se puede sentir por completo contemplándolos en primera persona, pero los números, en frío, hablan por sí mismos acerca de su envergadura.
Y es que la Gran Pirámide de Keops habría contado con una altura original de más de 146 metros, nueve de los cuales se han perdido a lo largo de los siglos, superando en cualquier caso a monumentos o construcciones icónicas de España como la Giralda de Sevilla (104 metros incluyendo su emblemática veleta), el edificio España de Madrid (112 metros) o las singulares torres inclinadas de Puerta Europa (114 metros), también en la capital.
Otro dato de peso de esta pirámide, la mayor de las casi 120 contabilizadas en el antiguo Egipto, es que está conformada por más de dos millones de bloques de piedra, la mayoría de ellos de dos toneladas y media cada uno, según los cálculos, si bien algunos pesarían mucho más, incluso 60 toneladas.
LA GRAN ESFINGE, ICONO MUNDIAL DEL ANTIGUO EGIPTO
La pirámide de Kefrén, apenas unos metros menor en altura a la de Keops, está grabada en el imaginario colectivo por su cúspide aún rematada por el revestimiento de piedra caliza que cubría originalmente estos monumentos. Además, está ligada a la emblemática y famosísima Gran Esfinge de Guiza.
Esta enigmática y gigantesca escultura de león sedente con cabeza de rey egipcio se encuadraría en principio en el periodo en el que Kefrén gobernó los designios de la civilización del Nilo. Constituye un imponente monumento de una altura aproximada de 20 metros y una longitud de unos 73 metros, cuyas incógnitas siguen sobre la mesa del mundo de la egiptología.
Porque más allá de los aspectos técnicos sobre cómo fue tallada en una mole de piedra caliza, la interrogante del motivo o finalidad de este monumento sigue haciendo volar la imaginación de científicos, historiadores y viajeros, de la misma manera que lo ha hecho durante siglos y siglos a lo largo de los tiempos.
La abrumadora monumentalidad de la necrópolis de la meseta de Guiza, conformada principalmente por las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y por la Gran Esfinge, refleja así el auge alcanzado por el Antiguo Egipto en materia arquitectónica, mientras la actual Europa continuaba en la era del megalitismo.
El paisaje que dibujan estos sobrecogedores monumentos en el árido desierto egipcio ha perdurado durante aproximadamente cuatro milenios y medio, desafiando al inexorable avance del tiempo como testigo inmutable del mismo.
Pero el legado arquitectónico del Antiguo Egipto no se limita a esta gran necrópolis. Cuenta con otros grandes iconos como la también famosa pirámide escalonada del faraón Djoser o Zoser, levantada en el siglo XXVII AEC por el arquitecto y médico Imhotep, quien describió los tratamientos para unas 200 enfermedades; o la pirámide roja, promovida posteriormente por el rey Seneferu o Snofru y considerada como la primera pirámide en toda regla, entre las cerca de 120 construcciones de esta naturaleza que poblaban las arenas de Egipto.
KARNAK, LÚXOR O FILAE, LOS GRANDES TEMPLOS
Es más, si las pirámides constituyen uno de los atractivos fundamentales del Antiguo Egipto, no lo es menos la arquitectura de sus espectaculares y numerosos templos.
Este apartado es imprescindible comenzarlo con el templo de Karnak, vestigio de la antigua Tebas, capital de Egipto entre los siglos XVI y XI previos a la era actual.
Consagrado principalmente al culto a Amón, dios del sol, el templo de Karnak fue el mayor santuario del país del río Nilo. A su construcción contribuyeron aproximadamente 30 faraones, durante un periodo de unos 1.500 años.
Cuenta con tres recintos principales dedicados a Amón, su esposa Mut y su hijo Jonsu, así como otros espacios dedicados a otros dioses del inabarcable panteón egipcio. Lo conforman unas 2.000 deidades y sus dimensiones son directamente abrumadoras.
Desde la impactante avenida de las esfinges, con enormes estatuas de carnero flanqueando el acceso principal al complejo, hasta la gran sala hipóstila con sus colosales columnas de hasta 21 metros de altura y su emblemático obelisco, que se alza a más de 28 metros; Karnak refleja toda la solemnidad y sofisticación de la arquitectura religiosa del Antiguo Egipto, como epicentro de los cultos y lugar de peregrinación a lo largo de los siglos.
A unos tres kilómetros al sur de este enclave se alza el también espectacular templo de Lúxor. Dedicado igualmente a Amón, su construcción se remonta aproximadamente al siglo XIV AEC, con aportaciones de célebres gobernantes como el faraón Tutankamón, la reina Hatshepsut, Ramses II o Amenhotep III.
Sus imponentes columnatas y estatuas no dejan lugar a dudas del papel principal jugado también por este enorme recinto, que cuenta incluso con incorporaciones de la antigua Roma, pues no en vano, Egipto se convirtió en una provincia romana tras la muerte de Cleopatra VII en el año 30 AEC.
También en el área de Lúxor, el templo funerario de la reina Hatshepsut, quien habría gobernado desde finales del siglo XVI AEC hasta principios del XV, supone un espectacular ejemplo del prodigioso desarrollo arquitectónico de los antiguos egipcios.
Conformado por terrazas porticadas conectadas por rampas, el complejo alcanza unos 30 metros de altura. Su posición a los pies de un vertiginoso acantilado montañoso, en pleno desierto, le confiere un indiscutible impacto visual.
El templo de Horus, en Edfu, es otro de los grandes exponentes de la arquitectura religiosa del Antiguo Egipto. Constituye el segundo mayor templo en extensión tras el de Karnak.
EL EGIPTO PTOLEMAICO
Perteneciente al periodo ptolemaico, derivado de la conquista de Egipto a manos de Alejandro Magno en el siglo IV AEC, estaba dedicado a dicho dios y es uno de los templos mejor conservados de Egipto. Cuenta con portentosas fachadas, patios y columnatas de una grandiosidad incontestable.
Igualmente imprescindible es el suntuoso complejo de santuarios de File, reubicado en el islote de Agilkia al quedar sumergida la isla que originalmente acogía el recinto, como consecuencia de la construcción de la gigantesca represa de Asuán, considerada como un monumento más por los egipcios modernos no sólo por la inmensa envergadura de la obra, sino por su incidencia en la socioeconomía del país al permitir el control del caudal del Nilo.
Este santuario, presidido principalmente por un templo dedicado a la diosa Isis, pertenece también al periodo ptolemaico. Cuenta con diversas capillas y espacios destinados al culto a otras deidades, destacando además un templete de estilo romano erigido por el emperador Trajano, nacido en Itálica, una ciudad cuyas ruinas descansan en el actual municipio sevillano de Santiponce.
El espectacular estado de conservación de sus fachadas, columnatas y cámaras, así como su localización en un islote salpicado de vegetación, convierten a este complejo religioso en un enclave de una magia verdaderamente cautivadora.
Este recorrido por los santuarios del Antiguo Egipto concluye al sur del actual territorio del país. Allí se alza el enclave de Abu Simbel, conformado por los templos del faraón Ramsés II y de su esposa Nefertari, excavados en la roca de un acantilado en el siglo XIII AEC.
La admirable fachada del templo mayor de Ramsés II alcanza una altura de unos 30 metros, casi la totalidad de la montaña en la que está excavado el recinto. Está caracterizada por las famosísimas cuatro colosales estatuas sedentes de este faraón, de 20 metros cada una de ellas. Conforman una visión sobrecogedora para quienes visitan el lugar.
En el caso del templo menor, dedicado a Nefertari, cuenta con una altura de unos 12 metros por aproximadamente 28 de profundidad. Su frontal está conformado por cuatro estatuas de Ramsés II y dos de su esposa, de unos diez metros de altura.
Este esplendoroso complejo, cuya construcción se habría prolongado durante aproximadamente 20 años, supone otro de los grandes iconos del prolijo legado patrimonial del Antiguo Egipto. Como en el caso de File, los templos fueron reubicados desde su localización original a la actual, con motivo de la construcción de la represa de Asuán.
Capítulo aparte merece el Valle de los Reyes, una extensísima necrópolis conformada por las tumbas subterráneas de numerosos faraones del periodo del Imperio Nuevo, entre los siglos XVI y XI AEC. S encuentran diseminadas en las laderas de un sistema montañoso cuyo perfil se asemeja en buena medida al de una pirámide, en las inmediaciones de la antigua Tebas, donde hoy se alza la ya mencionada ciudad de Lúxor.
Este entorno cuenta con un total de 63 tumbas subterráneas, si bien sólo algunas de ellas son visitables, figurando entre estas últimas el famosísimo sepulcro del faraón niño, Tutankamón, donde es posible admirar la momia de este mítico gobernante, cuyo nombre sigue grabado en la memoria colectiva de la humanidad tantos siglos después de su muerte.
Recorrer las galerías y cámaras subterráneas de estas tumbas supone una experiencia verdaderamente fascinante, en especial por los espectaculares e innumerables frescos que adornan sus muros y techos, reflejando escenas del Antiguo Egipto que hacen volar la imaginación, para reconstruir en la mente cómo era aquella impresionante cultura de los albores de las civilizaciones.
Y es que un factor denominador común que arroja el recorrido por los principales enclaves arqueológicos del Antiguo Egipto es la abrumadora presencia de relieves, bajorrelieves, pinturas y jeroglíficos, que de manera masiva cubren fachadas, paredes, columnas y prácticamente todo tipo de elementos arquitectónicos.
Toda una inagotable galaxia de símbolos e imágenes, cuyo magnetismo conduce quizá a reflexionar sobre los enigmas que aún guarda esta antiquísima civilización.
De la necrópolis del Valle de los Reyes, por cierto, proceden la mayoría de las 22 momias depositadas en el moderno Museo Nacional de la Civilización Egipcia de El Cairo. Entre ellas las de gobernantes tan emblemáticos como Ramsés II, Tutmosis III o la reina Hatshepsut, como principal joya de este espacio destinado a ofrecer todo un recorrido por la historia del Antiguo Egipto.
Entre los grandes atractivos de Egipto no sobra mencionar el propio río Nilo, verdadero eje de esta civilización florecida a sus orillas y a merced de sus crecidas.
Con más de 6.800 kilómetros de longitud y una anchura de hasta 2,8 kilómetros, es el segundo río más largo de todo el planeta. Sus recursos naturales fueron clave para la prosperidad de esta cultura, siendo por ello venerado por los antiguos egipcios.
Para ellos, el ocaso del sol en la ribera occidental, perlando de ocres colores sus aguas en un espectáculo natural realmente hipnótico, simbolizaba la muerte mientras los mágicos amaneceres en el lado oriental del río significaban la vida y la resurrección.
La fascinante experiencia de contemplar en primera persona los cautivadores crepúsculos en el río Nilo invita en buena medida a conectar con el misticismo de esta antigua cultura, cuyo atractivo jamás decae quizá por lo mucho que queda por descubrir de ella.
Fascinante Egipto y nunca mejor descrito….