“¿Tú de verdad crees que Santiago estuvo alguna vez por aquí?”. La inoportuna pregunta de Tomás, mi compañero de peregrinación, no se le ocurrió en mejor momento que en nuestra penúltima etapa del Camino portugués que iniciamos en Tui, nada menos que en Padrón. Concretamente frente a la Ermita de Santiaguiño, tras subir los 130 escalones de rigor y como reacción a mi información sobre que el monumento se erige donde supuestamente el Apóstol predicaba durante su viaje por la Hispania romana, que le llevó hasta el “fin de la tierra” entonces conocida (Finisterre) para evangelizar, por lo visto, con escaso éxito. “Este no es el momento de plantearse eso, Tomás”, fue mi respuesta. No en vano nos quedaba solo una jornada para completar el Camino y llegar a Santiago, repitiendo un ritual que durante siglos han realizado miles de peregrinos procedentes de todo el mundo y por las más diversas motivaciones cuyo final no es otro que visitar la tumba del Santo. Y además estábamos precisamente en el lugar más próximo al que según la tradición llegaron los restos del Apóstol -tras su decapitación en Jerusalén ordenada por Herodes- traídos por mar por sus discípulos, Atanasio y Teodoro (quienes le acompañan para toda la eternidad en la portada de la Catedral de la Plaza del Obradoiro). Según la tradición, en una barca de piedra que, no sin vencer graves vicisitudes de las que les salvó la intervención de la Virgen, llegó por el río Sar hasta atracar en el puerto de la cercana Iria Flavia.
Como las meigas, las dudas sobre la realidad de todo el relato que acompaña a la tradición xacobea haberlas haylas. Incluso sobre a quién pertenecen los huesos que guarda el sepulcro de la imponente Catedral mandada erigir por Alfonso VI para albergar los restos del Apóstol en el lugar que ocupaba la ermita que ordenó construir Alfonso II el Casto (durante la Reforma protestante se extendió la idea de que eran de un perro). Fue este monarca quien oficiliazó, junto al obispo Teodomiro, la atribución al Apóstol de unos restos hallados en el año 825 por un eremita llamado Pelayo en Iria Flavia donde, según la leyenda, lo enterraron los pescadores que conocieron en vida a Santiago en sus tiempos de predicación por la Galicia romana al ver llegar la barca y para salvarlos de los paganos. Después de la destrucción de la ermita primigenia por Almanzor, respetando al parecer los restos del Apóstol, la fama de Compostela creció como lugar santo y a partir de la labor de Alfonso VI, el primer peregrino allá por el siglo XI, por garantizar la asistencia y alojamiento a quienes recorrían a pie los kilómetros que les separaran de su lugar de origen hasta el sepulcro de Santiago movidos por la fe.
Lo que sí es una realidad indiscutible es que en el siglo XXI esa ruta peregrina sigue más vigente que nunca, más allá de las creencias religiosas de cada uno. Ahora con toda una infraestructura turística en torno al alojamiento y manutención de los peregrinos convertida en industria, aunque no faltan gestos altruistas entre los habitantes de las localidades que ven pasar día tras día a esos peregrinos, ya sea dándoles indicaciones cuando se despistan (pese al esfuerzo de los voluntarios por mantener las señales que indican el Camino); ofreciendo agua o alguna fruta a sus puertas y, siempre, deseando “Buen camino” a quienes se cruzan en sus quehaceres diarios.
Relatos y guías sobre las diversas rutas del Camino de Santiago hay miles, por lo que pocos secretos, consejos o indicaciones se pueden revelar y aunque las experiencias son personales e intransferibles, vayan aquí algunas curiosidades de las distintas etapas y de las huellas del último viaje del Apóstol que se pueden seguir en los kilómetros finales. Siempre es buen momento para disfrutar de este viaje interior pero si además se quiere ganar la indulgencia divina, recuerden que excepcionalmente el Año Santo Xacobeo se prolongará en esta ocasión (el último fue hace 11 años) el doble de lo habitual, todo 2021 y 2022. Solo en Xacobeo se abre la Puerta Santa de la Catedral de Santiago, que para la ocasión ha sido restaurada, así como la portada principal del Obradoiro y sus torres y el Altar Mayor. Eso sí, para volver a abrazar al Santo habrá que esperar al fin de la era COVID.
La eurociudad Valença-Tui con el Miño como frontera
En el caso del Camino portugués, lo habitual es empezar cruzando el puente entre Valença do Minho y Tui sobre el río Miño, que hace las veces de frontera entre Portugal y España. Es curioso ver el cambio de los carteles indicadores del país que se deja atrás y el que se entra al cruzarlo o los puestos fronterizos que a una y otra orilla tienen la Policía lusa y la Guardia Civil. El recinto amurallado de Valença y la imponente Catedral de Tui, donde está enterrado Torquemada y cuenta con un mirador en los jardines traseros con unas impresionantes vistas del río frontera, bien merecen una visita, así como recorrer las calles de una villa que fue capital diocesana y en la que abundan las casas nobiliarias que dan idea de la importancia que tuvo.
El pan de Porriño, patria del arquitecto del metro de Madrid
La siguiente etapa concluye en O Porriño, todo lo contrario a Tui, un pueblo industrial en el que lo más interesante que se puede hacer es probar su pan con denominación de origen y sus productos cárnicos frescos (tienen una de las principales cooperativas de España que cubre todas las fases del proceso de elaboración, de la ganadería al mercado próximo mercado de abastos). Un nombre aparece por doquier en calles, plazas, parques y estatuas: Antonio Palacios, arquitecto local artífice de la Casa Consistorial pero que desarrolló la mayor parte de su trabajo en Madrid, siendo uno de los diseñadores de las primeras cocheras y estaciones del Metro de la capital, incluido el logotipo que aún hoy permanece. El arco de la antigua entrada de la estación de la Gran Vía ha sido trasladado hasta su localidad natal en recuerdo de su obra y puede verse en uno de los parques del municipio. Por cierto, que muy cerca tiene también su estatua otro ilustre porreño, el ciclista Óscar Pereiro (proclamado ganador del Tour de Francia de 2006 tras el positivo del estadounidense Floyd Landis).
Las campanas que nunca paran de la Iglesia de Santa Eulalia de Mos
A la salida de Porriño, ya en el vecino Mos, el Camino pasa por una iglesia barroca, Santa Eulalia (Santa Baia de Mos en gallego), cuyas campanadas acompañan siempre al peregrino. Merece la pena asomarse para apreciar sus retablos y frescos (y de paso estampar el sello en el pasaporte que hay que mostrar para obtener la Compostela). La iglesia original data del siglo XVI y en frente los marqueses de Mos edificaron un Pazo familiar. Ambos fueron incendiados por las tropas francesas tras la negativa de los marqueses a reconocer la autoridad de José Bonaparte. La iglesia reconstruida conserva aún decoración original. El Pazo ha sufrido más modificaciones. Actualmente alberga una Fundación.
El estuario de Redondela que se asoma a la ría de Vigo
Redondela es la etapa en la que confluyen el Camino portugués que comienza en la Costa y el que discurre por el interior. La playa está a 12 kilómetros. Hay un sendero desde el pueblo que permite llegar, por si aún quedan ganas de andar, pero si no, basta un paseo por la ribera del río hasta llegar al estuario que se asoma a la ría de Vigo. Merece la pena callejear por el antiguo barrio de pescadores, asomarse a la Parroquia de Santiago y disfrutar de los puentes a la entrada (el antiguo viaducto del ferrocarril a Pontevedra) y salida del pueblo (por el que discurre la línea actual). Aquí toca probar algún plato a base de chocos, que tienen fama. Están tan orgullosos de ello que el cefalópodo aparece en el escudo local y cada año celebran una Feria del Choco.
El puente romano de Arcade, paraíso de las ostras
A medio camino entre Pontevedra y Vigo, la ruta atraviesa el puente romano de Arcade, una apacible localidad próxima a las Rías Baixas conocida por ser el paraíso de las ostras. Los habitantes de esta parroquia perteneciente al Ayuntamiento de Sotomayor plantaron cara a los franceses en la Guerra de la Independencia. El viejo puente de Pontesampaio sobre la desembocadura del río Verdugo fue testigo de una sonada batalla en 1809.
Entrada alternativa a Pontevedra siguiendo el curso del río Tomeza
Una de las grandes inquietudes de los peregrinos es evitar los tramos más feos del camino que atraviesan carreteras y polígonos industriales. Por eso, hoy ya hay mojones indicando alternativas –señalizadas como “Camino complementario”- que, en el caso del último tramo para entrar a Pontevedra, merecen la pena tomar. Son los últimos 3 kilómetros que ofrecen la posibilidad de cambiar el arcén de la carretera por la ribera del río Tomeza. No hacen falta indicaciones (aunque hay algunas) pues basta con seguir el curso del río que va a salir por debajo del viaducto de la autovía para adentrarse ya en las calles de Pontevedra camino de la curiosa Capilla de la Virgen Peregrina, con su forma de Concha, y su majestuosa Basílica Mayor de Santa María, que mira al barrio de pescadores y al paseo marítimo de la ciudad. No olviden encomendarse al Crucificado del Buen Fin y, por curiosidad, buscar en su fachada principal a un santo medieval con lo que pueden ser los primeros anteojos de la historia.
Entre cataratas y aguas termales en Caldas de Reis
Caldas de Reis es una de las paradas más relajantes de la ruta. La localidad, famosa por sus aguas termales (hay dos balnearios, Acuña y Dávila, que ofrecen circuitos de SPA para los cansados peregrinos), esta rodeada por los ríos Umia y Bermaña, conservando puentes romanos sobre ambos. Además de etapa del Camino portugués, Caldas de Reis es punto de veraneo de los propios gallegos y la alameda junto al río Umia el paseo preferido de locales y visitantes. Comienza atravesando un Jardín Botánico, hoy algo descuidado y mal señalizado, que en su día fue poblado por especies exóticas traídas de otros continentes para continuar adentrándose por la ribera del río salpicada de saltos de agua y grandes rocas blanquecinas perfectamente redondeadas y que gracias a la claridad del agua se ven nítidamente reflejadas. Aún pueden verse los restos de los antiguos molinos de agua antes de iniciar el ascenso hasta la Cascada de Segade, junto a las ruinas de la antigua central hidroeléctrica que en el pueblo llaman “la Fábrica de la luz” y de una factoría de papel. No confundir la cascada con algunos de los saltos cercanos a los molinos, hay que seguir subiendo para ver el auténtico espectáculo y una vez allí aún queda un trecho para llegar a los restos del puente romano (a la salida del pueblo, más accesible y justo por donde va el Camino de Santiago, se encuentra el otro puente de esa época). Tras el paseo, nada mejor que disfrutar de una buena comida o cena en una de las terrazas junto al río, con el pescado o marisco y el queso local como platos fuertes, y continuar la sobremesa en la terraza del balneario Dávila, un tranquilo rincón rodeado de bambús y ambientado con música de jazz (a la entrada al hotel balneario hay una pequeña fuente donde meter al menos las manos en las calientes aguas termales si no ha podido disfrutar del SPA).
Padrón e Iria Flavia, las huellas del Translatio
Translatio es la palabra latina con la que se conoce el traslado de Atanasio y Teodoro completaron del cuerpo de Santiago Apóstol desde Jerusalén a Galicia y el punto exacto en el amarraron la barca se encuentra en terrenos de la actual Iria Flavia, aldea perteneciente a Padrón, que además de patria de los pimientos es también la cuna de dos ilustres escritores, Rosalía de Castro y Camilo José Cela. Ambos son homenajeados en el parque de la Alameda de Padrón pero solo Cela descansa en el cementerio de Iria Flavia, junto a la parroquia del mismo nombre (por cierto, no busquen un mausoleo o tumba ilustre pues pasa totalmente desapercibida pues la lápida ni siquiera es de mármol sino de piedra dispuesta a los pies de un árbol centenario). Rosalía de Castro fue enterrada también en Padrón pero hoy sus restos reposan en el Panteón de gallegos ilustres de la capital compostelana.
Volviendo al Apóstol, tras la estatua de Rosalía de Castro en la Alameda se encuentra la Iglesia de Santiago de Padrón, que guarda bajo el altar presidido por el Apóstol el Pedrón, la roca a la que según la leyenda fue amarrada la barca con sus restos. El lugar exacto está marcado con un grupo escultórico del momento en el jardín privado de una casa por la que pasa el Camino, formando una curiosa estampa entre la piscina infantil, la casa del perro y los aperos de labranza almacenados en los alrededores.
Pero Padrón guarda aún más escenarios vinculados a Santiago, como la ermita de Santiaguiño (vacía y cerrada salvo en la fiesta anual del patrón cuando suben la imagen del Apóstol peregrino para celebrar allí la misa). Se erige en un alto donde según la tradición Santiago predicaba durante su viaje para evangelizar Hispania. La localidad cuenta con un importante patrimonio eclesiástico en el que destaca la Fuente y el Convento del Carmen, o la propia parroquia de Santa María de Iria Flavia.
La milagrosa Fuente de la Esclavitude (beber por si acaso)
La última etapa del Camino portugués pasa por una localidad de curioso nombre, A Esclavitude. Nada tiene que ver con un pasado oscuro de esclavos sino con una tradición que atribuye un carácter milagrosa al agua que brota de una fuente situada hoy bajo la escalinata de la Iglesia de Santa María de la Esclavitude. Según el relato, un matrimonio de peregrinos lo estaba pasando ya mal a esta altura del Camino, sobre todo la mujer, con un problema en las piernas que le impedía andar. Hicieron un alto para beber de la fuente mientras la mujer pedía a la Virgen que la librase de la esclavitud de sus dolores. Fue probar el agua y obrarse el milagro, y desde entonces la fuente es conocida como de la Esclavitude, se erigió la Iglesia y el pueblo cobró ese nombre (o eso, al menos, es lo que cuenta el párroco).
Aún quedan estampas del camino como la ermita de San Martiño, con uno de los cruceiros más antiguos de Galicia, la de María Magdalena en O Millandoiro (con un código QR en la puerta para ir rellenando los datos para la Compostela) o el Monte Coixo que es la entrada a Santiago del Camino portugués, que accede a la capital por su parque de la Alameda y la populosa rúa de Francos hasta llegar a la Plaza del Obradoiro, en cuyo centro una concha esculpida en el suelo marca el kilómetro 0 de todas las rutas peregrinas, no confundir con la meta pues de todos es sabido que ‘la meta es el Camino’.