El enclave arqueológico conserva la muralla calcolítica exterior más larga de Europa y refleja el esplendor logrado por el asentamiento miles de años atrás
Aunque el rico patrimonio histórico de Andalucía constituye desde hace años un pilar consolidado para la cultura y el turismo de la región, es justo reconocer los hitos protagonizados recientemente en la proyección de su formidable legado.
En 2016, sin ir más lejos, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) incluía en su lista de Patrimonio Mundial al conjunto arqueológico de los dólmenes de Antequera (Málaga) junto con la emblemática Peña de los Enamorados, -cuya íntima conexión con el imponente monumento megalítico de Menga merece sus propias líneas-, y en 2018 obtenían tal sello internacional las ruinas de Medina Azahara, la fastuosa ciudad palaciega levantada por la dinastía Omeya como sede del califato de Córdoba.
También en 2018, el Consejo Nacional de Patrimonio Histórico incluía a la antigua ciudad romana de Itálica, enclavada en Santiponce (Sevilla) y cuna de los emperadores Trajano y Adriano, en la relación de nuevos monumentos españoles susceptibles de ser elevados a la Unesco para su declaración como Patrimonio Mundial.
Pero el mapa de Andalucía está repleto de lugares históricos verdaderamente fascinantes, más allá de que los mismos cuenten o no con reconocimientos o sellos de ámbito internacional.
Es el caso del conjunto arqueológico de Los Millares, localizado en Santa Fe de Mondújar (Almería). Allí, entre los inhóspitos cerros, barrancos y escarpes que protegen el valle del río Andarax y las estribaciones de la Sierra de Gádor, descansan los vestigios de lo que durante la Edad del Cobre habría sido uno de los más importantes asentamientos humanos de toda la actual Europa.
Los Millares y Louis Siret
El yacimiento de Los Millares, descubierto en 1891 a raíz de la construcción de la vía ferroviaria entre Almería y Linares, fue inicialmente investigado por el ingeniero belga Louis Siret (1860-1934), figura clave en los primeros estudios arqueológicos del sureste de la Península Ibérica entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. A día de hoy, supone una escala obligada a la hora de acercarse a las primeras culturas del territorio abarcado por Andalucía.
Aunque el enclave no está lejos de Almería capital, para llegar hasta él es necesario abandonar la autovía A-92, -columna vertebral de Andalucía-, recorrer la carretera A-348 y culebrear por la vía secundaria AL-3411, hasta internarse en el despoblado paisaje donde se asientan los restos de lo que entre los años 3.200 y 2.200 antes de la era actual fue una floreciente población fortificada, cuya arquitectura y distribución espacial reflejan el grado de complejidad de aquella sociedad.
Desde el modesto pero suficiente centro de interpretación del conjunto arqueológico, ubicado al pie de la carretera AL-3411, lo idóneo es afrontar la visita con calzado cómodo, una adecuada provisión de agua y gorro o sombrero en verano o primavera, pues el yacimiento es extenso, recorrerlo con el detenimiento que merece implica más de dos horas de caminata y el sol puede ser implacable.
El recinto está compuesto por el yacimiento arqueológico como tal, -dividido a su vez entre una amplia área de necrópolis y los vestigios arquitectónicos de la antigua ciudad fortificada-, y una zona interpretativa con atractivas recreaciones de los fortines, viviendas y tumbas que habrían conformado el enclave durante su esplendor en la Edad del Cobre.
Más de 80 tumbas circulares tipo tholos
Así, la visita arranca por un pedregoso camino que, internándose en la pelada meseta en la que se asienta el yacimiento, atraviesa la extensa necrópolis que rodea al antiguo recinto fortificado. Al poco de comenzar a recorrer el sendero, resulta fácil distinguir los múltiples sepulcros que salpican el entorno. No en vano, la necrópolis de Los Millares está formada por más de 80 tumbas diseminadas en una superficie de unas 13 hectáreas.
Estas tumbas de tipo tholos, construidas con mampostería y lajas de pizarra, están compuestas de cortos corredores sucedidos de cámaras circulares a veces acompañadas de nichos laterales, toda vez que su disposición en pequeños grupos derivaría de las relaciones familiares y sociales de las personas inhumadas.
Algunos de los sepulcros más próximos al camino están restaurados, permitiendo junto con la solemne quietud del entorno una aproximación imaginativa a lo que otrora fue este extensísimo campo funerario. Estas sepulturas, además, hacen crecer las expectativas respecto a la visita al resto del yacimiento arqueológico.
Superando la necrópolis, el yacimiento arqueológico de Los Millares ofrece como principal atractivo los vestigios restaurados de la primera línea de muralla del antiguo recinto fortificado, datada en el Cobre Pleno, época en la que el poblado habría alcanzado su apogeo. Se trataría, por cierto, de la muralla calcolítica exterior más larga conservada en toda Europa.
Este lienzo de muralla conserva especialmente una espectacular barbacana interpretada como puerta principal de la fortificación e icono del conjunto arqueológico, así como diversos tramos de imponentes fortines también rehabilitados y los vistosos restos de lo que habría sido el acceso sur del recinto.
Todo un sistema defensivo
Hacia el interior del antiguo poblado de Los Millares se encuentran los restos de lo que habría sido este enclave durante la etapa del Cobre Antiguo, periodo en el que el sitio habría contado con tres líneas de muralla previas la construcción del muro exterior como consecuencia del auge del asentamiento.
Es ahí donde se localiza una tumba tipo tholos íntegramente reconstruida en los años 50 por el profesor Antonio Arribas. Aunque con estrecheces e incomodidades, es posible acceder al interior de su cámara circular y admirar cómo estaban construidas las cúpulas de mampostería concéntrica que cubrían estas sepulturas tumularias, en una de las cuales fueron localizados los restos de hasta 114 individuos.
Más adelante descansan las ruinas de la denominada segunda línea de muralla, visiblemente más reducida y fragmentada que en el caso de la fortificación exterior y encuadrada en el periodo del Cobre Antiguo.
Y aunque los vestigios de la tercera línea del sistema defensivo de Los Millares tampoco alcancen ni de lejos el porte de la reconstruida muralla exterior, lo cierto es que en su entorno se sitúan elementos de gran interés.
Entre ellos destacan los restos arquitectónicos de lo que habría sido un taller metalúrgico, donde los arqueólogos identificaron un horno excavado en el suelo, una fosa y una zona enlosada con gotas de mineral de cobre.
El último sector del yacimiento lo constituye la denominada “ciudadela”, correspondiente al núcleo más interno del poblado y enclavada en un tortuoso saliente de la meseta que acoge al antiguo asentamiento. Aunque según las investigaciones esta zona del poblado habría contado con su propio muro defensivo, los vestigios están muy diseminados y esta parte de la visita resulta más intuitiva que visual.
La cisterna de la ciudadela
Empero, la orografía del saliente presenta una llamativa hondonada que los investigadores interpretan como una gran cisterna excavada en el suelo por los pobladores de Los Millares, una muestra más del grado de desarrollo y complejidad que habría alcanzado el enclave.
Una vez recorridas la necrópolis y las ruinas del poblado, el conjunto arqueológico de Los Millares cuenta con una curiosa y entretenida zona interpretativa.
Situada en un espacio apartado al que se accede mediante un segundo camino que parte también del centro de interpretación, este área está formada por recreaciones modernas de tres tumbas, un segmento de muralla, el taller metalúrgico ya mencionado y varias cabañas como las que habrían poblado el asentamiento, permitiendo incluso un vistazo al hipotético interior de las viviendas con el consecuente reflejo de cómo sería la vida cotidiana de aquellas personas.
El conjunto arqueológico de Los Millares ofrece así una suerte de viaje en el tiempo a la Edad del Cobre. Un yacimiento singular que no deja indiferente y cuyos valores excepcionales han motivado que, recientemente, haya nacido una más que justificada iniciativa destinada a promover una candidatura del recinto a la preciada declaración de Patrimonio Mundial.