Una investigación científica interpreta los grabados prehistóricos de Los Aulagares, en la provincia de Huelva, como “rogativas” por la lluvia
La agotadora sequía que pesa sobre la mayor parte de la Península Ibérica castiga con especial crudeza a Andalucía, donde al comenzar noviembre de 2021, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) declaraba ya la situación excepcional por sequía extraordinaria respecto al 80 por ciento de la cuenca del antiguo río Betis, ante la inapelable escasez de lluvias.
En aquellos momentos, el agua acopiada en los embalses de la cuenca del Guadalquivir apenas superaba el 26 por ciento de su capacidad total, como consecuencia de una caída del 17 por ciento en las precipitaciones acumuladas respecto a la media de los 25 años anteriores, un desplome del 57 por ciento en las aportaciones a los pantanos y hasta un 20 por ciento menos de volumen en los mismos.
El presidente de la CHG, Joaquín Páez, hablaba directamente de una situación “crítica” derivada de un “periodo seco” que por aquel entonces ya se prolongaba durante aproximadamente diez años.
Y aunque han transcurrido más de dos años desde aquella declaración, desde entonces no ha llovido mucho, boicoteando al refranero, o desde luego no ha llovido lo suficiente.
Incluso aunque la reciente e intensa borrasca Karlotta, con lluvias torrenciales en buena parte de Andalucía, supuso una recuperación de unos 179 hectómetros cúbicos de agua en el conjunto de los embalses andaluces, los mismos sólo acumulaban reservas correspondientes al 22,6 por ciento de su capacidad total tras dicho temporal.
Los problemas en el suministro de agua, de hecho, se dejan ya sentir en municipios de ámbitos rurales ajenos a los grandes sistemas de abastecimiento y las autoridades han avisado ya de posibles restricciones en grandes núcleos de población como Málaga y Sevilla, en un futuro no muy lejano, en caso de que la sequía no de tregua.
El coste de la sequía
Un escenario así no puede salir gratis, porque inapelablemente, el agua es esencial para la vida y el funcionamiento de la sociedad. Según cálculos de la Junta de Andalucía, en 2023 la sequía dejó una mella de aproximadamente 4.270 millones de euros en la economía de la región, o sea más del dos por ciento del producto interior bruto (PIB) del territorio.
Por si el dato no resultase suficientemente preocupante, las previsiones de la Administración andaluza apuntan a un mayor impacto de más de 4.525 millones de euros en el conjunto de la economía autonómica durante 2024, para el caso de de la situación no revierta.
Todo un grave contexto en el que el pasado 1 de mayo de 2023, la talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, popularmente conocida como El Abuelo en Jaén e icono indiscutible de la Semana Santa jiennense, protagonizaba una procesión extraordinaria por las calles de la capital del Santo Reino en demanda del regreso de las lluvias tal cual caían antes.
El día 14 de ese mismo mes hacía lo propio la imagen de la Virgen de la Cinta en Huelva por el mismo motivo, siguiendo la estela de gestos similares en no pocos municipios de Andalucía, como Jerez de la Frontera (Cádiz), Montefrío (Granada) , Cartaya (Huelva) o Lora del Río en la provincia de Sevilla.
En plena nueva era de la inteligencia artificial, manifestaciones de esta índole reflejan la desesperación de una sociedad atenazada por la escasez del líquido elemento, reviviendo quizá no pocos episodios históricos en los que los seres humanos han clamado al cielo por la lluvia.
Sobre eso gira precisamente el trabajo de investigación titulado “El petroglifo de Los Aulagares como respuesta religiosa al evento climático 4.2 ka cal. BP», del prestigioso catedrático de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Sevilla José Luis Escacena.
Los grabados rupestres de Los Aulagares
Este estudio se centra en el «significado simbólico» de los petroglifos o grabados rupestres de Los Aulagares, datados en el periodo de la Edad del Cobre y localizados en un cerro de Zalamea la Real (Huelva), enclavado a unos dos kilómetros del casco urbano del municipio.
En este trabajo, el profesor Escacena señala «los cambios ambientales que acontecieron a finales del III milenio» previo a la era actual, en referencia al denominado «evento climático 4.2 ka cal. BP», cuyas consecuencias «fueron drásticas y muy rápidas», traduciéndose en «un aumento extraordinario de la aridez que afectó casi de forma inmediata a la vegetación».
Fruto del impacto de esta transformación del clima, pues el mismo evoluciona como prueba la ciencia frente a determinadas voces incrédulas, a comienzos del II milenio antes de nuestra era (a.n.e.), en el sur de la península que ahora llamamos Ibérica ya estaba «plenamente instalada una fase climática seca y fría», extremo «responsable en primera instancia del final del mundo calcolítico», según este investigador.
«Los datos polínicos evidencian una fuerte tendencia a la desertización del territorio. Se incrementa la erosión, con su correspondiente repercusión en el relleno de las desembocaduras de los ríos», explica el profesor Escacena planteando que «este clima frío y muy seco no era el más adecuado para los cultivos de las comunidades prehistóricas», cuyos sistemas agropecuarios habrían «colapsado» provocando «numerosas hambrunas y la paralela disminución de la población humana».
En este marco, el autor de esta investigación fija la vista en los petroglifos de Los Aulagares, datando los mismos “a finales del III milenio” antes de la era actual, cuando habrían sido tallados en grandes piedras circulares enclavadas en lo que hoy constituye el término municipal de Zalamea la Real.
“Manifestación señera de creencias religiosas”
Al respecto, Escacena destaca el «notable esfuerzo empleado» para tallar estos grabados rupestres, extremo que «los aleja de cualquier interpretación que pueda atribuirlos al aburrimiento vespertino de un pastor» y les confiere «muchas probabilidades de ser una manifestación señera de las creencias religiosas de su época», o sea de la Edad del Cobre.
A partir de ahí, el autor de este trabajo considera que las representaciones circulares con radios de los grabados rupestres de Los Aulagares serían un reflejo de «determinados astros» como el sol o los planetas «conocidos entonces», al ser posible contemplarlos «a simple vista».
En paralelo, el profesor Escacena señala las representaciones de arte rupestre hispano en las que «las composiciones del agua cósmica se simbolizan con pequeños círculos o puntos», precisando eso sí que en el caso de Los Aulagares, «los grandes círculos que rodean a los cuerpos luminosos radiados presentan una singularidad», al mostrar “circunferencias concéntricas presididas por una oquedad central».
«No encuentro cosa más parecida a esto que las ondas circulares concéntricas que forman las gotas de agua de lluvia cuando impactan sobre superficies encharcadas», argumenta José Luis Escacena; considerando que los símbolos concéntricos no radiados de los grabados prehistóricos de Los Aulagares «parecen responder a la imagen de gotas de un líquido al caer sobre un plano horizontal acuoso».
Al hilo, este investigador interpreta que tales símbolos serían el reflejo de «rogativas por la lluvia» en el marco del periodo de aridez derivado del mencionado episodio climático durante la Edad del Cobre, extremo que suscita quizá cierto paralelismo con el contexto actual.
Esta hipótesis, según este prestigioso investigador de la Universidad de Sevilla, podría «retrotraer al menos hasta hace cinco milenios la costumbre humana de pedir agua a los dioses cuando esta se necesita para los sembrados, sobre todo en situaciones de sequía extrema».
Es decir que en el territorio que hoy constituye Andalucía no llueve sobre mojado por la escasez de precipitaciones, pero sí se repiten respuestas culturales ante situaciones adversas, que en cualquier caso requieren toda la implicación de las administraciones, los agentes sociales y la ciudadanía para no malgastar ni una gota de agua.