La esquina noroccidental normanda ofrece
un singular atractivo para el viajero que busque belleza y paz
El viajero que llegue al extremo noroccidental de Normandía, bien descendiendo por ejemplo en Cherburgo de un ferry que le traiga del otro lado del Canal de la Mancha, bien atravesando en coche desde Caen, la ciudad mártir de la Operación Overlord, o subiendo por la península de La Mancha desde el más visitado de los monumentos franceses, el afamado y bello Mont-Saint-Michel, va a encontrar un espacio de atractivo singular, la península de Cotentin, la esquina noroeste de La Mancha y de toda Normandía.
Las playas normandas
Así es, La Mancha cubre el oeste de la región normanda y se extiende desde la Bahía del Mont Saint Michel hasta la desembocadura del Río Vire, el que separa a las playas de Juno y Omaha, dos de los escenarios del famoso Día D, cuyo recuerdo marca, sin duda, a toda la región normanda.
Es verdad que a las playas de Normandía, batidas a menudo por el viento inmisericorde del Atlántico y por la lluvia horizontal que muchas veces le acompaña, les cuesta sacudirse las sombras de su pasado bélico.
En realidad, su historia militar reciente (el famoso Desembarco) tampoco es capaz de deshacerse de su propia historia militar remota, un aluvión de invasiones y enfrentamientos diversos que se han vivido desde tiempos inmemoriales en las costas normandas, una región cuyo nombre –Normandía viene de Norte— hunde sus raíces en las incursiones que los guerreros vikingos procedentes de regiones septentrionales de Europa protagonizaban siguiendo el curso del Sena, que por cierto tampoco fue siempre el bucólico río que hoy cruza bajo los puentes de París.
De manera que la huella de lo militar se deja notar en toda Normandía, con abundantes actividades y centros vinculados al famoso Día D. Desde el Memorial de Caen, que recoge una extraordinaria muestra de la Europa de entreguerras, a los restos de búnkeres alemanes, entre los que destaca el de Longues sur Mer. Todos estos espacios, incluidos diversos cementerios como el impresionante americano sobre la playa de Omaha Beach, con miles de cruces cristianas salpicadas con alguna estrella de David, o el alemán de La Cambe (en este ninguna estrella judía, claro…) rezuman, pese a su austera belleza, un poso de tristeza que, en todo caso, casi obliga al viajero a unos momentos de reflexión.
Caen
Pero la arquitectura militar en Normandía nos remite también a un pasado más remoto. No hay que perderse el castillo de Caen, fortaleza medieval mandada a construir en el siglo XI por Guillermo el Conquistador, y a cuyos pies discurre hoy el animadísimo Quartier des Vaugueux, epicentro gastronómico de esta ciudad, ferozmente bombardeada por los aliados antes de la invasión y luego primorosamente reconstruida.
En el skyline de Caen destacan también la Abadía de los Hombres y la de Las Damas, ejemplos ambos de la llamada arquitectura normanda, variantes autóctonas del estilo románico y gótico posterior.
Sin embargo, tal vez lo más atractivo del patrimonio normando reside en que salpica el apacible entorno rural de Normandía y asalta al viajero que simplemente serpentee con su vehículo por el paisaje de bocages, las parcelas agrícolas divididas por setos que obstaculizó el avance aliado en la conquista de Normandía.
De manera que ese es el auténtico placer: que en el camino uno se encuentre, al atravesar una pequeña ciudad, castillos desperdigados como los de Briquebec, Canisy o Pirou, o abadías como las de Cerisy-La-Foret, Hambye o Lessay.
Y junto a estas pequeñas (y no tan pequeñas) sorpresas, núcleos históricos de mayor envergadura ofrecen su contrapunto, como La Catedral en Coutances o el casco histórico de Valognes.
Pero más allá de los omnipresentes recuerdos de la II Guerra Mundial e incluso de la singular belleza patrimonial, La Mancha y en realidad toda Normandía ofrecen un entorno natural muy idóneo para descansar lejos del bullicio de las grandes ciudades.
Península de Cotentin
En efecto, el caminante que pasee por algunas de las playas de la Península de Cotentin se encontrará con uno de esos lugares de paz a la orilla de las verdes y (creánme) no siempre frías aguas del Canal.
Desde Granville, al sur y elevada sobre una gran roca que clausura la Bahía de Mont Saint Michel hasta Auderville, junto al Cabo de La Hague, discurre una gran lengua de arena interrumpida a veces por acantilados tan hermosos como los que rodean la Nez de Jobourg, que con sus 128 metros de altura están entre los más altos de Europa Continental. El puerto de Granville además está conectado por ferry con la isla de Jersey.
Jersey y Guernsey
Pasear en el entorno de Barneville-Carteret, la unión de dos viejas comunas, ancestral lugar de reposo y puerto de conexión con Guernsey, permite hacerlo frente a las costas de las islas británicas de Jersey y Guernsey, unidas al continente por una línea de Ferry. La silueta de Jersey es perfectamente divisable desde el continente y de noche el titileo de sus luces otorgan a la línea de costa, en la que despuntan los típicos tejados de la arquitectura popular normanda, una belleza muy singular.
Si lo que quiere es caminar de verdad, el sendero litoral le ofrece un buen puñado de rutas, como la que discurre de Cherburgo a Portbail, un poco más al sur del Cap de Barneville. La naturaleza ha dotado a La Mancha de numerosos rincones en los que perderse, desde la isla Tatihou, un inmenso jardín frente al Valle del Saire, a los puertos de Regnéville-sur-mer y Vanlée.
Sin duda, Normandía entera sigue atesorando secretos
que merece la pena descubrir sorbo a sorbo (de Calvados o de sidra).